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Глава 8 
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Después de esto andaba Jesús en Galilea, pues no quería andar en Judea, porque los judíos intentaban matarlo.
Estaba cerca la fiesta de los judíos, la de los Tabernáculos,
y le dijeron sus hermanos:

—Sal de aquí, y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces,

porque ninguno que procura darse a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo.
Ni aun sus hermanos creían en él.
Entonces Jesús les dijo:

—Mi tiempo aún no ha llegado, pero vuestro tiempo siempre está preparado.

No puede el mundo odiaros a vosotros; pero a mí me odia, porque yo testifico de él, que sus obras son malas.
Subid vosotros a la fiesta; yo no subo todavía a esa fiesta, porque mi tiempo aún no se ha cumplido.
Y habiéndoles dicho esto se quedó en Galilea.
Pero después que sus hermanos subieron, entonces él también subió a la fiesta, no abiertamente, sino como en secreto.
Y lo buscaban los judíos en la fiesta, y decían:

—¿Dónde estará aquél?

Y había mucha murmuración acerca de él entre la multitud, pues unos decían: «Es bueno»; pero otros decían: «No, sino que engaña al pueblo.»
Sin embargo, ninguno hablaba abiertamente de él por miedo a los judíos.
Pero a la mitad de la fiesta subió Jesús al Templo, y enseñaba.
Y se admiraban los judíos, diciendo:

—¿Cómo sabe éste letras sin haber estudiado?

Jesús les respondió y dijo:

—Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió.

El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta.
El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que lo envió, éste es verdadero y no hay en él injusticia.
¿No os dio Moisés la Ley? Sin embargo, ninguno de vosotros la cumple. ¿Por qué intentáis matarme?
Respondió la multitud y dijo:

—Demonio tienes, ¿quién intenta matarte?

Jesús respondió y les dijo:

—Una obra hice y todos os admiráis.

Por cierto, Moisés os dio la circuncisión —no porque sea de Moisés, sino de los padres— y en sábado circuncidáis al hombre.
Si recibe el hombre la circuncisión en sábado, para que la Ley de Moisés no sea quebrantada, ¿os enojáis conmigo porque en sábado sané completamente a un hombre?
No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio.
Decían entonces unos de Jerusalén:

—¿No es a éste a quien buscan para matarlo?

Pues mirad, habla públicamente y no le dicen nada. ¿Habrán reconocido en verdad las autoridades que éste es el Cristo?
Pero éste, sabemos de dónde es; sin embargo, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es.
Jesús entonces, enseñando en el Templo, alzó la voz y dijo:

—A mí me conocéis y sabéis de dónde soy; no he venido de mí mismo, pero el que me envió, a quien vosotros no conocéis, es verdadero.

Pero yo lo conozco, porque de él procedo, y él me envió.
Entonces intentaban prenderlo; pero ninguno le echó mano, porque aún no había llegado su hora.
Y muchos de la multitud creyeron en él y decían:

—El Cristo, cuando venga, ¿hará más señales que las que éste hace?

Los fariseos oyeron a la gente que murmuraba de él estas cosas. Entonces los principales sacerdotes y los fariseos enviaron guardias para que lo prendieran.
Y Jesús dijo:

—Todavía estaré con vosotros algún tiempo, y luego iré al que me envió.

Me buscaréis, pero no me hallaréis, y a donde yo estaré, vosotros no podréis ir.
Entonces los judíos dijeron entre sí:

—¿Adónde se irá éste, que no lo hallaremos? ¿Se irá a los dispersos entre los griegos y enseñará a los griegos?

¿Qué significa esto que dijo: “Me buscaréis, pero no me hallaréis, y a donde yo estaré, vosotros no podréis ir”?
En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo:

—Si alguien tiene sed, venga a mí y beba.

El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva.
Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él, pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.
Entonces algunos de la multitud, oyendo estas palabras, decían: «Verdaderamente éste es el Profeta.»
Otros decían: «Éste es el Cristo.» Pero algunos decían: «¿De Galilea ha de venir el Cristo?
¿No dice la Escritura que de la descendencia de David, y de la aldea de Belén, de donde era David, ha de venir el Cristo?»
Hubo entonces división entre la gente a causa de él.
Y algunos de ellos querían prenderlo, pero ninguno le echó mano.
Los guardias vinieron a los principales sacerdotes y a los fariseos. Entonces estos les preguntaron:

—¿Por qué no lo habéis traído?

Los guardias respondieron:

—¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!

Entonces los fariseos les preguntaron:

—¿También vosotros habéis sido engañados?

¿Acaso ha creído en él alguno de los gobernantes o de los fariseos?
Pero esta gente que no sabe la Ley, maldita es.
Les dijo Nicodemo, el que vino a él de noche, el cual era uno de ellos:
—¿Juzga acaso nuestra Ley a un hombre si primero no lo oye y sabe lo que ha hecho?
Respondieron y le dijeron:

—¿Eres tú también galileo? Escudriña y ve que de Galilea nunca se ha levantado un profeta.

Y cada uno se fue a su casa,

pero Jesús se fue al Monte de los Olivos.
Por la mañana volvió al Templo, y todo el pueblo vino a él; y sentándose, les enseñaba.
Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio,
le dijeron:

—Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio,

y en la Ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?
Esto decían probándolo, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo.
Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo:

—El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.

E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra.
Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, fueron saliendo uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los más jóvenes; sólo quedaron Jesús y la mujer que estaba en medio.
Enderezándose Jesús y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo:

—Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?

Ella dijo:

—Ninguno, Señor.

Entonces Jesús le dijo:

—Ni yo te condeno; vete y no peques más.

Otra vez Jesús les habló, diciendo:

—Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

Entonces los fariseos le dijeron:

—Tú das testimonio acerca de ti mismo; tu testimonio no es válido.

Respondió Jesús y les dijo:

—Aunque yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es válido, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy.

Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie.
Y si yo juzgo, mi juicio es según la verdad, porque no soy yo solo, sino yo y el Padre que me envió.
Y en vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos hombres es válido.
Yo soy el que doy testimonio de mí mismo. También el Padre que me envió da testimonio de mí.
Ellos le dijeron:

—¿Dónde está tu padre?

Respondió Jesús:

—Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí me conocierais, también a mi Padre conoceríais.

Estas palabras habló Jesús en el lugar de las ofrendas, enseñando en el Templo; y nadie lo prendió, porque aún no había llegado su hora.
Otra vez les dijo Jesús:

—Yo me voy, y me buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis; a donde yo voy, vosotros no podéis ir.

Decían entonces los judíos:

—¿Acaso pensará matarse, que dice: “A donde yo voy, vosotros no podéis ir”?

Y les dijo:

—Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo.

Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis.
Entonces le dijeron:

—Tú, ¿quién eres?

Entonces Jesús les dijo:

—Lo que desde el principio os he dicho.

Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el que me envió es verdadero, y yo, lo que he oído de él, esto hablo al mundo.
Pero no entendieron que les hablaba del Padre.
Les dijo, pues, Jesús:

—Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy y que nada hago por mí mismo, sino que, según me enseñó el Padre, así hablo,

porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.
Al hablar él estas cosas, muchos creyeron en él.
Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él:

—Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;

y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.
Le respondieron:

—Descendientes de Abraham somos y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: “Seréis libres”?

Jesús les respondió:

—De cierto, de cierto os digo que todo aquel que practica el pecado, esclavo es del pecado.

Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre.
Así que, si el Hijo os liberta, seréis verdaderamente libres.
Sé que sois descendientes de Abraham; sin embargo intentáis matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros.
Yo hablo lo que he visto estando junto al Padre, y vosotros hacéis lo que habéis oído junto a vuestro padre.
Respondieron y le dijeron:

—Nuestro padre es Abraham.

Jesús les dijo:

—Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais.

Pero ahora intentáis matarme a mí, que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios. No hizo esto Abraham.
Vosotros hacéis las obras de vuestro padre.

Entonces le dijeron:

—¡Nosotros no hemos nacido de fornicación! ¡Un padre tenemos: Dios!

Jesús entonces les dijo:

—Si vuestro padre fuera Dios, entonces me amaríais, porque yo de Dios he salido y he venido, pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió.

¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra.
Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla, pues es mentiroso y padre de mentira.
Pero a mí, que digo la verdad, no me creéis.
¿Quién de vosotros puede acusarme de pecado? Y si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?
El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios.
Respondieron entonces los judíos, y le dijeron:

—¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano y que tienes demonio?

Respondió Jesús:

—Yo no tengo demonio, antes honro a mi Padre; y vosotros me deshonráis.

Pero yo no busco mi gloria; hay quien la busca y juzga.
De cierto, de cierto os digo que el que guarda mi palabra nunca verá muerte.
Entonces los judíos le dijeron:

—Ahora nos convencemos de que tienes demonio. Abraham murió, y los profetas; y tú dices: “El que guarda mi palabra nunca sufrirá muerte.”

¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? ¡También los profetas murieron! ¿Quién crees que eres?
Respondió Jesús:

—Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios.

Vosotros no lo conocéis. Yo sí lo conozco y, si digo que no lo conozco, sería mentiroso como vosotros; pero lo conozco y guardo su palabra.
Abraham, vuestro padre, se gozó de que había de ver mi día; y lo vio y se gozó.
Entonces le dijeron los judíos:

—Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?

Jesús les dijo:

—De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuera, yo soy.

Tomaron entonces piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió del Templo y, atravesando por en medio de ellos, se fue.
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