Antiguo Testamento:
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Nuevo Testamento: Mat. Mar. Luc. Ju. Hec. San. 1Pe. 2Pe. 1Ju. 2Ju. 3Ju. Jud. Rom. 1Cor. 2Cor. Gál. Ef. Fil. Col. 1Tes. 2Фес. 1Tim. 2Tim. Tit. Fil. Heb. Ap.
Nuevo Testamento: Mat. Mar. Luc. Ju. Hec. San. 1Pe. 2Pe. 1Ju. 2Ju. 3Ju. Jud. Rom. 1Cor. 2Cor. Gál. Ef. Fil. Col. 1Tes. 2Фес. 1Tim. 2Tim. Tit. Fil. Heb. Ap.
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Испанский Reina-Valera 1995
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Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Como está escrito en el profeta Isaías:
«Yo envío mi mensajero delante de tu faz,
el cual preparará tu camino delante de ti.
Voz del que clama en el desierto:
“Preparad el camino del Señor.
¡Enderezad sus sendas!”»
“Preparad el camino del Señor.
¡Enderezad sus sendas!”»
Bautizaba Juan en el desierto y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados.
Acudía a él toda la provincia de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
Juan estaba vestido de pelo de camello, tenía un cinto de cuero alrededor de su cintura, y comía langostas y miel silvestre.
Y predicaba, diciendo: «Viene tras mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar, agachado, la correa de su calzado.
Yo a la verdad os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»
Aconteció en aquellos días que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán.
Luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos y al Espíritu como paloma que descendía sobre él.
Y vino una voz de los cielos que decía: «Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacencia.»
Luego el Espíritu lo impulsó al desierto.
Y estuvo allí en el desierto cuarenta días. Era tentado por Satanás y estaba con las fieras, y los ángeles lo servían.
Después que Juan fue encarcelado, Jesús fue a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios.
Decía: «El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepentíos y creed en el evangelio!»
Andando junto al Mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban la red en el mar, porque eran pescadores.
Jesús les dijo:
—Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres.
Y dejando al instante sus redes, lo siguieron.
Pasando de allí un poco más adelante, vio a Jacobo, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca remendando las redes;
y en seguida los llamó. Entonces, dejando a su padre, Zebedeo, en la barca con los jornaleros, lo siguieron.
Entraron en Capernaúm, y el sábado entró Jesús en la sinagoga y comenzó a enseñar.
Y se admiraban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
Pero había en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu impuro, que gritó:
—¡Ah! ¿Qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios.
Entonces Jesús lo reprendió, diciendo:
—¡Cállate y sal de él!
Y el espíritu impuro, sacudiéndolo con violencia y dando un alarido, salió de él.
Todos se asombraron, de tal manera que discutían entre sí, diciendo:
—¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta, que con autoridad manda aun a los espíritus impuros, y lo obedecen?
Muy pronto se difundió su fama por toda la provincia alrededor de Galilea.
Al salir de la sinagoga, fueron a casa de Simón y Andrés, con Jacobo y Juan.
La suegra de Simón estaba acostada con fiebre, y en seguida le hablaron de ella.
Entonces él se acercó, la tomó de la mano y la levantó; e inmediatamente se le pasó la fiebre y los servía.
Cuando llegó la noche, luego que el sol se puso, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados.
Toda la ciudad se agolpó a la puerta.
Y sanó a muchos que padecían de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios; y no dejaba hablar a los demonios, porque lo conocían.
Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba.
Lo buscó Simón y los que con él estaban,
y hallándolo, le dijeron:
—Todos te buscan.
Él les dijo:
—Vamos a los lugares vecinos para que predique también allí, porque para esto he venido.
Y predicaba en las sinagogas de ellos en toda Galilea, y echaba fuera los demonios.
Vino a él un leproso que, de rodillas, le dijo:
—Si quieres, puedes limpiarme.
Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano, lo tocó y le dijo:
—Quiero, sé limpio.
Tan pronto terminó de hablar, la lepra desapareció del hombre, y quedó limpio.
Entonces lo despidió en seguida, y le ordenó estrictamente:
—Mira, no digas a nadie nada, sino ve, muéstrate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que Moisés mandó, para testimonio a ellos.
Pero, al salir, comenzó a publicar y a divulgar mucho el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en los lugares desiertos; y venían a él de todas partes.