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Глава 9 
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Глава 12 
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pero Jesús se fue al Monte de los Olivos.
Por la mañana volvió al Templo, y todo el pueblo vino a él; y sentándose, les enseñaba.
Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio,
le dijeron:

—Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio,

y en la Ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?
Esto decían probándolo, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo.
Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo:

—El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.

E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra.
Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, fueron saliendo uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los más jóvenes; sólo quedaron Jesús y la mujer que estaba en medio.
Enderezándose Jesús y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo:

—Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?

Ella dijo:

—Ninguno, Señor.

Entonces Jesús le dijo:

—Ni yo te condeno; vete y no peques más.

Otra vez Jesús les habló, diciendo:

—Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

Entonces los fariseos le dijeron:

—Tú das testimonio acerca de ti mismo; tu testimonio no es válido.

Respondió Jesús y les dijo:

—Aunque yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es válido, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy.

Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie.
Y si yo juzgo, mi juicio es según la verdad, porque no soy yo solo, sino yo y el Padre que me envió.
Y en vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos hombres es válido.
Yo soy el que doy testimonio de mí mismo. También el Padre que me envió da testimonio de mí.
Ellos le dijeron:

—¿Dónde está tu padre?

Respondió Jesús:

—Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí me conocierais, también a mi Padre conoceríais.

Estas palabras habló Jesús en el lugar de las ofrendas, enseñando en el Templo; y nadie lo prendió, porque aún no había llegado su hora.
Otra vez les dijo Jesús:

—Yo me voy, y me buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis; a donde yo voy, vosotros no podéis ir.

Decían entonces los judíos:

—¿Acaso pensará matarse, que dice: “A donde yo voy, vosotros no podéis ir”?

Y les dijo:

—Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo.

Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis.
Entonces le dijeron:

—Tú, ¿quién eres?

Entonces Jesús les dijo:

—Lo que desde el principio os he dicho.

Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el que me envió es verdadero, y yo, lo que he oído de él, esto hablo al mundo.
Pero no entendieron que les hablaba del Padre.
Les dijo, pues, Jesús:

—Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy y que nada hago por mí mismo, sino que, según me enseñó el Padre, así hablo,

porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.
Al hablar él estas cosas, muchos creyeron en él.
Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él:

—Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;

y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.
Le respondieron:

—Descendientes de Abraham somos y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: “Seréis libres”?

Jesús les respondió:

—De cierto, de cierto os digo que todo aquel que practica el pecado, esclavo es del pecado.

Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre.
Así que, si el Hijo os liberta, seréis verdaderamente libres.
Sé que sois descendientes de Abraham; sin embargo intentáis matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros.
Yo hablo lo que he visto estando junto al Padre, y vosotros hacéis lo que habéis oído junto a vuestro padre.
Respondieron y le dijeron:

—Nuestro padre es Abraham.

Jesús les dijo:

—Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais.

Pero ahora intentáis matarme a mí, que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios. No hizo esto Abraham.
Vosotros hacéis las obras de vuestro padre.

Entonces le dijeron:

—¡Nosotros no hemos nacido de fornicación! ¡Un padre tenemos: Dios!

Jesús entonces les dijo:

—Si vuestro padre fuera Dios, entonces me amaríais, porque yo de Dios he salido y he venido, pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió.

¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra.
Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla, pues es mentiroso y padre de mentira.
Pero a mí, que digo la verdad, no me creéis.
¿Quién de vosotros puede acusarme de pecado? Y si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?
El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios.
Respondieron entonces los judíos, y le dijeron:

—¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano y que tienes demonio?

Respondió Jesús:

—Yo no tengo demonio, antes honro a mi Padre; y vosotros me deshonráis.

Pero yo no busco mi gloria; hay quien la busca y juzga.
De cierto, de cierto os digo que el que guarda mi palabra nunca verá muerte.
Entonces los judíos le dijeron:

—Ahora nos convencemos de que tienes demonio. Abraham murió, y los profetas; y tú dices: “El que guarda mi palabra nunca sufrirá muerte.”

¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? ¡También los profetas murieron! ¿Quién crees que eres?
Respondió Jesús:

—Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios.

Vosotros no lo conocéis. Yo sí lo conozco y, si digo que no lo conozco, sería mentiroso como vosotros; pero lo conozco y guardo su palabra.
Abraham, vuestro padre, se gozó de que había de ver mi día; y lo vio y se gozó.
Entonces le dijeron los judíos:

—Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?

Jesús les dijo:

—De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuera, yo soy.

Tomaron entonces piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió del Templo y, atravesando por en medio de ellos, se fue.
Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.
Y le preguntaron sus discípulos, diciendo:

—Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego?

Respondió Jesús:

—No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.

Me es necesario hacer las obras del que me envió, mientras dura el día; la noche viene, cuando nadie puede trabajar.
Mientras estoy en el mundo, luz soy del mundo.
Dicho esto, escupió en tierra, hizo lodo con la saliva y untó con el lodo los ojos del ciego,
y le dijo:

—Ve a lavarte en el estanque de Siloé —que significa «Enviado»—.

Entonces fue, se lavó y regresó viendo.

Por eso, los vecinos y los que antes lo habían visto que era ciego, decían:

—¿No es éste el que se sentaba y mendigaba?

Unos decían: «Él es.» Otros: «A él se parece.» Él decía: «Yo soy.»
Entonces le preguntaron:

—¿Cómo te fueron abiertos los ojos?

Respondió él y dijo:

—Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos y me dijo: “Ve al Siloé y lávate.” Fui, pues, me lavé y recibí la vista.

Entonces le dijeron:

—¿Dónde está él?

Él dijo:

—No sé.

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego.
Y era sábado cuando Jesús había hecho el lodo y le había abierto los ojos.
Volvieron, pues, a preguntarle también los fariseos cómo había recibido la vista. Él les dijo:

—Me puso lodo sobre los ojos, me lavé y veo.

Entonces algunos de los fariseos decían:

—Ese hombre no procede de Dios, porque no guarda el sábado.

Otros decían:

—¿Cómo puede un hombre pecador hacer estas señales?

Y había división entre ellos.

Entonces le preguntaron otra vez al ciego:

—¿Qué dices tú del que te abrió los ojos?

Él contestó:

—Que es profeta.

Pero los judíos no creyeron que él había sido ciego y que había recibido la vista, hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista,
y les preguntaron, diciendo:

—¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?

Sus padres respondieron y les dijeron:

—Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego;

pero cómo ve ahora, no lo sabemos, o quién le haya abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos; edad tiene, preguntadle a él; él hablará por sí mismo.
Esto dijeron sus padres porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesaba que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga.
Por eso dijeron sus padres: “Edad tiene, preguntadle a él.”
Llamaron nuevamente al hombre que había sido ciego, y le dijeron:

—¡Da gloria a Dios! Nosotros sabemos que ese hombre es pecador.

Entonces él respondió y dijo:

—Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo.

Le volvieron a decir:

—¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?

Él les respondió:

—Ya os lo he dicho y no habéis escuchado, ¿por qué lo queréis oír otra vez? ¿Queréis también vosotros haceros sus discípulos?

Entonces lo insultaron, y dijeron:

—Tú eres su discípulo, pero nosotros, discípulos de Moisés somos.

Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés, pero respecto a ése, no sabemos de dónde ha salido.
Respondió el hombre y les dijo:

—Pues esto es lo maravilloso, que vosotros no sepáis de dónde ha salido, y a mí me abrió los ojos.

Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios y hace su voluntad, a ése oye.
Nunca se ha oído decir que alguien abriera los ojos a uno que nació ciego.
Si éste no viniera de Dios, nada podría hacer.
Respondieron y le dijeron:

—Tú naciste del todo en pecado, ¿y nos enseñas a nosotros?

Y lo expulsaron.

Oyó Jesús que lo habían expulsado y, hallándolo, le dijo:

—¿Crees tú en el Hijo de Dios?

Respondió él y dijo:

—¿Quién es, Señor, para que crea en él?

Le dijo Jesús:

—Pues lo has visto; el que habla contigo, ése es.

Y él dijo:

—Creo, Señor —y lo adoró.

Dijo Jesús:

—Para juicio he venido yo a este mundo, para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados.

Entonces algunos de los fariseos que estaban con él, al oír esto, le dijeron:

—¿Acaso también nosotros somos ciegos?

Jesús les respondió:

—Si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero ahora, porque decís: “Vemos”, vuestro pecado permanece.


Seis días antes de la Pascua fue Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto y a quien había resucitado de los muertos.
Y le hicieron allí una cena; Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él.
Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume.
Dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, el que lo había de entregar:
—¿Por qué no se vendió este perfume por trescientos denarios y se les dio a los pobres?
Pero dijo esto, no porque se preocupara por los pobres, sino porque era ladrón y, teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella.
Entonces Jesús dijo:

—Déjala, para el día de mi sepultura ha guardado esto.

A los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis.
Gran multitud de los judíos supieron entonces que él estaba allí, y fueron, no solamente por causa de Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien había resucitado de los muertos.
Pero los principales sacerdotes acordaron dar muerte también a Lázaro,
porque a causa de él muchos de los judíos se apartaban y creían en Jesús.
El siguiente día, grandes multitudes que habían ido a la fiesta, al oír que Jesús llegaba a Jerusalén,
tomaron ramas de palmera y salieron a recibirlo, y clamaban:

—¡Hosana! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!

Halló Jesús un asnillo y montó sobre él, como está escrito:
«No temas, hija de Sión;
tu Rey viene,
montado sobre un pollino de asna.»
Estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio, pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de que se las habían hecho.
Y daba testimonio la gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro y lo resucitó de los muertos.
Por lo cual también había salido la gente a recibirlo, porque había oído que él había hecho esta señal.
Pero los fariseos dijeron entre sí:

—Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él.

Había ciertos griegos entre los que habían subido a adorar en la fiesta.
Estos, pues, se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le rogaron, diciendo:

—Señor, queremos ver a Jesús.

Felipe fue y se lo dijo a Andrés; entonces Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús.
Jesús les respondió diciendo:

—Ha llegado la hora para que el Hijo del hombre sea glorificado.

De cierto, de cierto os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere, lleva mucho fruto.
El que ama su vida, la perderá; y el que odia su vida en este mundo, para vida eterna la guardará.
Si alguno me sirve, sígame; y donde yo esté, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre lo honrará.
»Ahora está turbada mi alma, ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Pero para esto he llegado a esta hora.
Padre, glorifica tu nombre.

Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez.»

Y la multitud que estaba allí y había oído la voz, decía que había sido un trueno. Otros decían:

—Un ángel le ha hablado.

Respondió Jesús y dijo:

—No ha venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros.

Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera.
Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.
Esto decía dando a entender de qué muerte iba a morir.
Le respondió la gente:

—Nosotros hemos oído que, según la Ley, el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo, pues, dices tú que es necesario que el Hijo del hombre sea levantado? ¿Quién es este Hijo del hombre?

Entonces Jesús les dijo:

—Aún por un poco de tiempo la luz está entre vosotros; andad entretanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas, porque el que anda en tinieblas no sabe a dónde va.

Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz.

Habiendo dicho Jesús esto, se fue y se ocultó de ellos.

Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él,
para que se cumpliera la palabra del profeta Isaías, que dijo:

«Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?
¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor?»

Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías:
«Cegó los ojos de ellos y endureció su corazón,
para que no vean con los ojos,
ni entiendan con el corazón,
ni se conviertan, y yo los sane.»
Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él.
A pesar de eso, muchos, incluso de los gobernantes, creyeron en él, pero no lo confesaban por temor a los fariseos, para no ser expulsados de la sinagoga,
porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios.
Jesús clamó y dijo: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió;
y el que me ve, ve al que me envió.
Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas.
Al que oye mis palabras y no las guarda, yo no lo juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo.
El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene quien lo juzgue: la palabra que he hablado, ella lo juzgará en el día final.
Yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre, que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir y de lo que he de hablar.
Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho.»

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