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Глава 11 
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Entonces, entrando Jesús en la barca, pasó al otro lado y vino a su ciudad.
Y sucedió que le llevaron un paralítico tendido sobre una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico:

—Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.

Entonces algunos de los escribas se decían a sí mismos: «Éste blasfema».
Conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo:

—¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?

¿Qué es más fácil, decir: “Los pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y anda”?
Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados —dijo entonces al paralítico—: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
Entonces él se levantó y se fue a su casa.
La gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres.
Saliendo Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo que estaba sentado en el banco de los tributos públicos, y le dijo:

—Sígueme.

Él se levantó y lo siguió.

Aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, muchos publicanos y pecadores, que habían llegado, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos.
Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos:

—¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?

Al oír esto Jesús, les dijo:

—Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.

Id, pues, y aprended lo que significa: “Misericordia quiero y no sacrificios”, porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.
Entonces se le acercaron los discípulos de Juan y le preguntaron:

—¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan?

Jesús les dijo:

—¿Acaso pueden los que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.

Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo, porque tal remiendo tira del vestido y se hace peor la rotura.
Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se rompen, el vino se derrama y los odres se pierden; pero echa el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente.
Mientras él les decía estas cosas, llegó un dignatario y se postró ante él, diciendo:

—Mi hija acaba de morir; pero ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá.

Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
En esto, una mujer enferma de flujo de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto,
porque se decía a sí misma: «Con sólo tocar su manto, seré salva.»
Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo:

—Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado.

Y la mujer fue salva desde aquella hora.

Cuando entró Jesús en la casa del dignatario y vio a los que tocaban flautas y a la gente que hacía alboroto,
les dijo:

—Apartaos, porque la niña no está muerta, sino que duerme.

Y se burlaban de él.

Pero cuando la gente fue echada fuera, entró y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó.
Y se difundió esta noticia por toda aquella tierra.
Cuando salió Jesús, lo siguieron dos ciegos, diciéndole a gritos:

—¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David!

Al llegar a la casa, se le acercaron los ciegos y Jesús les preguntó:

—¿Creéis que puedo hacer esto?

Ellos dijeron:

—Sí, Señor.

Entonces les tocó los ojos, diciendo:

—Conforme a vuestra fe os sea hecho.

Y los ojos de ellos fueron abiertos. Jesús les encargó rigurosamente, diciendo:

—Mirad que nadie lo sepa.

Pero cuando salieron, divulgaron la fama de él por toda aquella tierra.
Tan pronto ellos salieron, le trajeron un mudo endemoniado.
Una vez expulsado el demonio, el mudo habló. La gente se maravillaba y decía:

—Nunca se ha visto cosa semejante en Israel.

Pero los fariseos decían:

—Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios.

Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
Al ver las multitudes tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: «A la verdad la mies es mucha, pero los obreros pocos.
Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.»

Cuando Jesús terminó de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue de allí a enseñar y a predicar en las ciudades de ellos.
Al oír Juan en la cárcel los hechos de Cristo, le envió dos de sus discípulos
a preguntarle:

—¿Eres tú aquel que había de venir o esperaremos a otro?

Respondiendo Jesús, les dijo:

—Id y haced saber a Juan las cosas que oís y veis.

Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio;
y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí.
Mientras ellos se iban, comenzó Jesús a hablar de Juan a la gente:

«¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento?

¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? Los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están.
Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta,
porque éste es de quien está escrito:

»“Yo envío mi mensajero delante de ti,
el cual preparará tu camino delante de ti.”

»De cierto os digo que entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; y, sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él.
»Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.
Todos los profetas y la Ley profetizaron hasta Juan.
Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir.
El que tiene oídos para oír, oiga.
Pero ¿a qué compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas y gritan a sus compañeros,
diciendo: “Os tocamos flauta y no bailasteis; os entonamos canciones de duelo y no llorasteis”,
porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Demonio tiene.”
Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Éste es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores.” Pero la sabiduría es justificada por sus hijos.»
Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido, diciendo:
«¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que en vestidos ásperos y ceniza se habrían arrepentido.
Por tanto os digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón que para vosotras.
Y tú, Capernaúm, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida, porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy.
Por tanto os digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma que para ti.»
En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños.
Sí, Padre, porque así te agradó.
»Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas,
porque mi yugo es fácil y ligera mi carga.»

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