Скрыть
2:2
2:4
2:6
2:7
2:10
2:11
2:12
2:13
2:15
2:16
2:19
2:20
2:22
2:24
2:25
2:27
2:28
Глава 12 
12:2
12:4
12:5
12:6
12:9
12:12
12:14
12:15
12:16
12:20
12:21
12:22
12:23
12:24
12:25
12:27
12:32
12:33
12:34
12:37
12:38
12:42
12:43
12:44
Глава 13 
13:3
13:4
13:6
13:7
13:8
13:10
13:12
13:13
13:15
13:16
13:17
13:18
13:19
13:20
13:22
13:23
13:25
13:27
13:28
13:29
13:31
13:32
13:34
13:35
13:36
13:37
Глава 14 
14:2
14:4
14:5
14:6
14:7
14:8
14:9
14:11
14:13
14:14
14:15
14:16
14:17
14:19
14:20
14:21
14:23
14:24
14:25
14:26
14:29
14:31
14:33
14:34
14:35
14:37
14:39
14:40
14:41
14:42
14:44
14:45
14:46
14:47
14:48
14:50
14:51
14:52
14:54
14:56
14:57
14:59
14:60
14:63
14:64
14:65
14:67
14:68
14:69
14:70
14:71
Después de algunos días, Jesús entró otra vez en Capernaúm. Cuando se supo que estaba en casa,
inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la palabra.
Entonces vinieron a él unos trayendo a un paralítico, que era cargado por cuatro.
Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, quitaron parte del techo de donde él estaba y, a través de la abertura, bajaron la camilla en que yacía el paralítico.
Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico:

—Hijo, tus pecados te son perdonados.

Estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales pensaban para sí:
«¿Por qué habla éste de ese modo? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?»
Y conociendo luego Jesús en su espíritu que pensaban de esta manera dentro de sí mismos, les preguntó:

—¿Por qué pensáis así?

¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decirle: “Levántate, toma tu camilla y anda”?
Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados —dijo al paralítico—:
A ti te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
Entonces él se levantó y, tomando su camilla, salió delante de todos, de manera que todos se asombraron y glorificaron a Dios, diciendo:

—Nunca hemos visto tal cosa.

Después volvió a la orilla del mar; y toda la gente venía a él, y les enseñaba.
Al pasar, vio a Leví hijo de Alfeo sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo:

—Sígueme.

Y levantándose, lo siguió.

Aconteció que estando Jesús a la mesa en casa de él, muchos publicanos y pecadores estaban también a la mesa juntamente con Jesús y sus discípulos, porque eran muchos los que lo habían seguido.
Los escribas y los fariseos, viéndolo comer con los publicanos y con los pecadores, dijeron a los discípulos:

—¿Qué es esto, que él come y bebe con los publicanos y pecadores?

Al oír esto Jesús, les dijo:

—Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores.

Los discípulos de Juan y los de los fariseos estaban ayunando. Entonces fueron y le preguntaron:

—¿Por qué los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunan, y tus discípulos no ayunan?

Jesús les dijo:

—¿Acaso pueden ayunar los que están de bodas mientras está con ellos el esposo? Entre tanto que tienen consigo al esposo, no pueden ayunar.

Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces, en aquellos días, ayunarán.
»Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; de otra manera, el mismo remiendo nuevo tira de lo viejo y se hace peor la rotura.
Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, el vino se derrama y los odres se pierden; pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar.
Aconteció que al pasar él por los sembrados un sábado, sus discípulos, mientras andaban, comenzaron a arrancar espigas.
Entonces los fariseos le dijeron:

—Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?

Pero él les dijo:

—¿Nunca leísteis lo que hizo David cuando tuvo necesidad y sintió hambre, él y los que con él estaban;

cómo entró en la casa de Dios, siendo Abiatar sumo sacerdote, y comió los panes de la proposición, de los cuales no es lícito comer sino a los sacerdotes, y aun dio a los que con él estaban?
También les dijo:

—El sábado fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado.

Por tanto, el Hijo del hombre es Señor aun del sábado.

Entonces comenzó Jesús a decirles por parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; luego la arrendó a unos labradores y se fue lejos.
A su tiempo envió un siervo a los labradores para recibir de estos del fruto de la viña.
Pero ellos, tomándolo, lo golpearon y lo enviaron con las manos vacías.
Volvió a enviarles otro siervo; pero, apedreándolo, lo hirieron en la cabeza, y también lo insultaron.
Volvió a enviar otro, y a éste lo mataron. Después envió otros muchos: a unos los golpearon y a otros los mataron.
»Por último, teniendo aún un hijo suyo, amado, lo envió también a ellos, diciendo: “Tendrán respeto a mi hijo.”
Pero aquellos labradores dijeron entre sí: “Éste es el heredero; venid, matémoslo, y la heredad será nuestra.”
Y tomándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
»¿Qué, pues, hará el señor de la viña? Irá, destruirá a los labradores y dará su viña a otros.
»¿Ni aun esta escritura habéis leído:

“La piedra que desecharon los edificadores
ha venido a ser cabeza del ángulo.

El Señor ha hecho esto,
y es cosa maravillosa a nuestros ojos”?»
Procuraban prenderlo, porque entendían que decía contra ellos aquella parábola; pero temían a la multitud y, dejándolo, se fueron.
Le enviaron algunos de los fariseos y de los herodianos para que lo sorprendieran en alguna palabra.
Viniendo ellos, le dijeron:

—Maestro, sabemos que eres hombre veraz y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres, sino que con verdad enseñas el camino de Dios. ¿Es lícito dar tributo a César, o no? ¿Daremos, o no daremos?

Pero él, percibiendo la hipocresía de ellos, les dijo:

—¿Por qué me tentáis? Traedme un denario para que lo vea.

Ellos se lo trajeron; y él entonces preguntó:

—¿De quién es esta imagen y la inscripción?

Ellos le dijeron:

—De César.

Respondiendo Jesús, les dijo:

—Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.

Y se maravillaron de él.

Entonces vinieron a él los saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron, diciendo:
—Maestro, Moisés nos escribió que si el hermano de alguno muere y deja esposa, pero no deja hijos, su hermano debe casarse con ella y levantar descendencia a su hermano.
Hubo siete hermanos: el primero tomó esposa, y murió sin dejar descendencia.
Entonces el segundo se casó con ella, pero él también murió sin dejar descendencia. Lo mismo pasó con el tercero,
y con los siete: ninguno dejó descendencia. Finalmente, murió también la mujer.
En la resurrección, pues, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será ella mujer, ya que los siete la tuvieron por mujer?
Entonces, respondiendo Jesús, les dijo:

—Erráis también en esto, porque ignoráis las Escrituras y el poder de Dios,

porque cuando resuciten de los muertos, ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como los ángeles que están en los cielos.
Pero respecto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés cómo le habló Dios en la zarza, diciendo: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”?
¡Dios no es Dios de muertos, sino Dios de vivos! Así que vosotros mucho erráis.
Acercándose uno de los escribas, que los había oído discutir y sabía que les había respondido bien, le preguntó:

—¿Cuál es el primer mandamiento de todos?

Jesús le respondió:

—El primero de todos los mandamiento es: “Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor uno es.

Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” Éste es el principal mandamiento.
El segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay otro mandamiento mayor que estos.
Entonces el escriba le dijo:

—Bien, Maestro, verdad has dicho, que uno es Dios y no hay otro fuera de él;

y amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el alma y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios.
Jesús entonces, viendo que había respondido sabiamente, le dijo:

—No estás lejos del reino de Dios.

Y ya nadie se atrevía a preguntarle.

Enseñando Jesús en el Templo, decía:

«¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David?,

pues el mismo David dijo por el Espíritu Santo:

»“Dijo el Señor a mi Señor:
‘Siéntate a mi diestra,
hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.’”

»David mismo lo llama Señor; ¿cómo, pues, es su hijo?»

Y gran multitud del pueblo lo oía de buena gana.

Les decía en su enseñanza:

«Guardaos de los escribas, que gustan de andar con largas ropas, y aman las salutaciones en las plazas,

las primeras sillas en las sinagogas y los primeros asientos en las cenas,
que devoran las casas de las viudas y, para disimularlo, hacen largas oraciones. Estos recibirán mayor condenación.»
Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho.
Y vino una viuda pobre y echó dos blancas, o sea, un cuadrante.
Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo:

—De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca,

porque todos han echado de lo que les sobra, pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento.

Al salir Jesús del templo, le dijo uno de sus discípulos:

—Maestro, ¡mira qué piedras y qué edificios!

Jesús, respondiendo, le dijo:

—¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada.

Y se sentó en el Monte de los Olivos, frente al Templo. Entonces Pedro, Jacobo, Juan y Andrés le preguntaron aparte:
—Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas hayan de cumplirse?
Jesús, respondiéndoles, comenzó a decir:

—Mirad que nadie os engañe,

porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: “Yo soy el Cristo”; y engañarán a muchos.
Pero cuando oigáis de guerras y de rumores de guerras, no os turbéis, porque es necesario que así suceda; pero aún no es el fin,
pues se levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá terremotos en muchos lugares, y habrá hambres y alborotos; principios de dolores son estos.
»Pero cuidad de vosotros mismos, porque os entregarán a los concilios, y en las sinagogas os azotarán; y delante de gobernadores y de reyes os llevarán por causa de mí, para testimonio a ellos.
Y es necesario que el evangelio sea predicado antes a todas las naciones.
Pero cuando os lleven para entregaros, no os preocupéis por lo que habéis de decir, ni lo penséis, sino lo que os sea dado en aquella hora, eso hablad, porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo.
El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres, y los matarán.
Y seréis odiados por todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, éste será salvo.
»Pero cuando veáis la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel, puesta donde no debe estar (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea huyan a los montes.
El que esté en la azotea, no descienda a la casa ni entre para tomar algo de su casa;
y el que esté en el campo, no vuelva atrás a tomar su capa.
¡Ay de las que estén encinta y de las que críen en aquellos días!
Orad, pues, para que vuestra huida no sea en invierno,
porque aquellos días serán de tribulación cual nunca ha habido desde el principio de la creación que Dios hizo, hasta este tiempo, ni la habrá.
Y si el Señor no hubiera acortado aquellos días, nadie sería salvo; pero por causa de los escogidos que él eligió, acortó aquellos días.
»Entonces, si alguno os dice: “Mirad, aquí está el Cristo”, o “Mirad, allí está”, no le creáis,
porque se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y harán señales y prodigios para engañar, si fuera posible, aun a los escogidos.
Pero vosotros ¡tened cuidado! Os lo he dicho todo de antemano.
»Pero en aquellos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor.
Las estrellas caerán del cielo y las potencias que están en los cielos serán conmovidas.
Entonces verán al Hijo del hombre, que vendrá en las nubes con gran poder y gloria.
Entonces enviará a sus ángeles y juntará a sus escogidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
»De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca.
Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas.
De cierto os digo que no pasará esta generación sin que todo esto acontezca.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
»Pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre.
Mirad, velad y orad, porque no sabéis cuándo será el tiempo.
Es como el hombre que, yéndose lejos, dejó su casa, dio autoridad a sus siervos, a cada uno le dio un trabajo y al portero mandó que velara.
Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa; si al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la mañana;
para que cuando venga de repente, no os halle durmiendo.
Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!

Dos días después era la Pascua y la fiesta de los Panes sin levadura. Los principales sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderlo con engaño y matarlo.
Y decían:

«No durante la Fiesta, para que no se alborote el pueblo.»

Pero estando él en Betania, sentado a la mesa en casa de Simón el leproso, vino una mujer con un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho valor; y quebrando el vaso de alabastro, se lo derramó sobre su cabeza.
Entonces algunos se enojaron dentro de sí, y dijeron:

—¿Para qué se ha hecho este desperdicio de perfume?,

pues podía haberse vendido por más de trescientos denarios y haberse dado a los pobres.

Y murmuraban contra ella.

Pero Jesús dijo:

—Dejadla, ¿por qué la molestáis? Buena obra me ha hecho.

Siempre tendréis a los pobres con vosotros y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre me tendréis.
Ésta ha hecho lo que podía, porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura.
De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella.
Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, fue a los principales sacerdotes para entregárselo.
Ellos, al oírlo, se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba oportunidad para entregarlo.
El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, cuando sacrificaban el cordero de la Pascua, sus discípulos le preguntaron:

—¿Dónde quieres que vayamos a preparar para que comas la Pascua?

Y envió a dos de sus discípulos diciéndoles:

—Id a la ciudad, y os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo,

y donde entre decid al señor de la casa: “El Maestro dice: ‘¿Dónde está el aposento donde he de comer la Pascua con mis discípulos?’”
Entonces él os mostrará un gran aposento alto ya dispuesto. Haced allí los preparativos para nosotros.
Fueron sus discípulos, entraron en la ciudad, hallaron lo que les había dicho y prepararon la Pascua.
Cuando llegó la noche vino él con los doce.
Y cuando se sentaron a la mesa, mientras comían, dijo Jesús:

—De cierto os digo que uno de vosotros, que come conmigo, me va a entregar.

Entonces ellos comenzaron a entristecerse y a decirle uno tras otro:

—¿Seré yo?

Y el otro:

—¿Seré yo?

Él, respondiendo, les dijo:

—Es uno de los doce, el que moja conmigo en el plato.

A la verdad el Hijo del hombre va, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido.
Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y les dio, diciendo:

—Tomad, esto es mi cuerpo.

Después tomó la copa y, habiendo dado gracias, les dio y bebieron de ella todos.
Y les dijo:

—Esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada.

De cierto os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo en el reino de Dios.
Después de haber cantado el himno, salieron al Monte de los Olivos.
Entonces Jesús les dijo:

—Todos os escandalizaréis de mí esta noche, pues escrito está: “Heriré al pastor y las ovejas serán dispersadas.”

Pero después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea.
Entonces Pedro le dijo:

—Aunque todos se escandalicen, yo no.

Y le dijo Jesús:

—De cierto te digo que tú hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces.

Pero él con mayor insistencia decía:

—Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.

También todos decían lo mismo.

Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos:

—Sentaos aquí, entre tanto que yo oro.

Se llevó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse.
Y les dijo:

—Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad.

Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que, si fuera posible, pasara de él aquella hora.
Y decía: «¡Abba, Padre!, todas las cosas son posibles para ti. Aparta de mí esta copa; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.»
Vino luego y los halló durmiendo, y dijo a Pedro:

—Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora?

Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.
Otra vez fue y oró, diciendo las mismas palabras.
Al volver, otra vez los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño; y no sabían qué responderle.
Vino la tercera vez, y les dijo:

—¡Dormid ya y descansad! ¡Basta, la hora ha llegado! He aquí, el Hijo del hombre es entregado en manos de los pecadores.

»¡Levantaos! ¡Vamos! Ya se acerca el que me entrega.
Aún estaba él hablando cuando vino Judas, que era uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes, de los escribas y de los ancianos.
El que lo entregaba les había dado señal, diciendo: «Al que yo bese, ése es. Prendedlo y llevadlo con seguridad.»
Cuando vino, se acercó luego a él y le dijo:

—¡Maestro! ¡Maestro!

Y lo besó.

Entonces ellos le echaron mano y lo prendieron.
Pero uno de los que estaban allí, sacando la espada, hirió al siervo del Sumo sacerdote y le cortó la oreja.
Respondiendo Jesús, les dijo:

—¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y con palos para prenderme?

Cada día estaba con vosotros enseñando en el Templo y no me prendisteis; pero así es, para que se cumplan las Escrituras.
Entonces todos los discípulos, dejándolo, huyeron.
Pero cierto joven lo seguía, cubierto el cuerpo con una sábana. Lo prendieron,
pero él, dejando la sábana, huyó desnudo.
Trajeron, pues, a Jesús ante el sumo sacerdote; y se reunieron todos los principales sacerdotes, los ancianos y los escribas.
Pedro lo siguió de lejos hasta dentro del patio del Sumo sacerdote; y estaba sentado con los guardias, calentándose al fuego.
Los principales sacerdotes y todo el Concilio buscaban testimonio contra Jesús para entregarlo a la muerte, pero no lo hallaban,
porque muchos daban falso testimonio contra él, pero sus testimonios no concordaban.
Entonces, levantándose unos, dieron falso testimonio contra él, diciendo:
—Nosotros lo hemos oído decir: “Yo derribaré este templo hecho a mano, y en tres días edificaré otro no hecho a mano.”
Pero ni aun así concordaban en el testimonio.
Entonces el sumo sacerdote, levantándose en medio, preguntó a Jesús, diciendo:

—¿No respondes nada? ¿Qué testifican estos contra ti?

Pero él callaba y nada respondía. El Sumo sacerdote le volvió a preguntar:

—¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?

Jesús le dijo:

—Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo.

Entonces el Sumo sacerdote, rasgando su vestidura, dijo:

—¿Qué más necesidad tenemos de testigos?

Habéis oído la blasfemia; ¿qué os parece?

Y todos ellos lo condenaron, declarándolo digno de muerte.

Entonces algunos comenzaron a escupirlo, a cubrirle el rostro, a darle puñetazos y a decirle: «¡Profetiza!»

También los guardias le daban bofetadas.

Estando Pedro abajo, en el patio, vino una de las criadas del Sumo sacerdote,
y cuando vio a Pedro que se calentaba, mirándolo, le dijo:

—Tú también estabas con Jesús, el nazareno.

Pero él negó, diciendo:

—No lo conozco, ni sé lo que dices.

Y salió a la entrada, y cantó el gallo.

La criada, viéndolo otra vez, comenzó a decir a los que estaban allí:

—Éste es uno de ellos.

Pero él volvió a negarlo. Poco después, los que estaban allí dijeron otra vez a Pedro:

—Verdaderamente tú eres de ellos, porque eres galileo y tu manera de hablar es semejante a la de ellos.

Entonces él comenzó a maldecir y a jurar:

—¡No conozco a este hombre de quien habláis!

Y el gallo cantó la segunda vez. Entonces Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho: «Antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces.» Y pensando en esto, lloraba.

Толкования стиха Скопировать ссылку Скопировать текст Добавить в избранное
Библ. энциклопедия Библейский словарь Словарь библ. образов Практическая симфония
Цитата из Библии каждое утро
TG: t.me/azbible
Viber: vb.me/azbible