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Глава 10 
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Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios. Lo acompañaban los doce
y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios,
Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes, Susana y otras muchas que ayudaban con sus bienes.
Juntándose una gran multitud y los que de cada ciudad venían a él, les dijo por parábola:
«El sembrador salió a sembrar su semilla; y mientras sembraba, una parte cayó junto al camino, fue pisoteada y las aves del cielo se la comieron.
Otra parte cayó sobre la piedra y, después de nacer, se secó, porque no tenía humedad.
Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que nacieron juntamente con ella la ahogaron.
Y otra parte cayó en buena tierra, nació y llevó fruto a ciento por uno.»

Hablando estas cosas, decía con fuerte voz: «El que tiene oídos para oír, oiga.»

Sus discípulos le preguntaron:

—¿Qué significa esta parábola?

Él dijo:

—A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios, pero a los otros por parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan.

»Ésta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios.
Los de junto al camino son los que oyen, pero luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra para que no crean y se salven.
Los de sobre la piedra son los que, habiendo oído, reciben la palabra con gozo, pero no tienen raíces; creen por algún tiempo, pero en el tiempo de la prueba se apartan.
La que cayó entre espinos son los que oyen pero luego se van y son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto.
Pero la que cayó en buena tierra son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.
»Nadie enciende una luz para después cubrirla con una vasija, ni la pone debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entren vean la luz.
Así nada hay oculto que no haya de ser descubierto, ni escondido que no haya de ser conocido y de salir a la luz.
Mirad, pues, cómo oís, porque a todo el que tiene, se le dará, y a todo el que no tiene, aun lo que piensa tener se le quitará.
Entonces su madre y sus hermanos vinieron a él; pero no podían llegar hasta él por causa de la multitud.
Y se le avisó, diciendo:

—Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte.

Él entonces respondiendo, les dijo:

—Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la obedecen.

Aconteció un día, que entró en una barca con sus discípulos y les dijo:

—Pasemos al otro lado del lago.

Y partieron.

Pero, mientras navegaban, él se durmió. Y se desencadenó una tempestad de viento en el lago, y se anegaban y peligraban.
Vinieron a él y lo despertaron, diciendo:

—¡Maestro, Maestro, que perecemos!

Despertando él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron y sobrevino la calma.

Y les dijo:

—¿Dónde está vuestra fe?

Atemorizados, se maravillaban y se decían unos a otros:

—¿Quién es éste, que aun a los vientos y a las aguas manda, y lo obedecen?

Arribaron a la tierra de los gadarenos, que está en la ribera opuesta a Galilea.
Al llegar él a tierra, vino a su encuentro un hombre de la ciudad, endemoniado desde hacía mucho tiempo; no vestía ropa ni habitaba en casa, sino en los sepulcros.
Al ver a Jesús, lanzó un gran grito, y postrándose a sus pies exclamó a gran voz:

—¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes.

(Jesús le ordenaba al espíritu impuro que saliera del hombre, pues hacía mucho tiempo que se había apoderado de él; y lo ataban con cadenas y grillos, pero, rompiendo las cadenas, era impelido por el demonio a los desiertos.)
Jesús le preguntó:

—¿Cómo te llamas?

Él dijo:

—Legión.

Muchos demonios habían entrado en él

y le rogaban que no los mandara al abismo.
Había allí un hato de muchos cerdos que pacían en el monte; y le rogaron que los dejara entrar en ellos. Él les dio permiso.
Entonces los demonios salieron del hombre y entraron en los cerdos, y el hato se precipitó por un despeñadero al lago, y se ahogó.
Los que apacentaban los cerdos, cuando vieron lo que había acontecido, huyeron y dieron aviso en la ciudad y por los campos.
Y salieron a ver lo que había sucedido; vinieron a Jesús y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios sentado a los pies de Jesús, vestido y en su cabal juicio; y tuvieron miedo.
Los que lo habían visto les contaron cómo había sido salvado el endemoniado.
Entonces toda la multitud de la región alrededor de los gadarenos le rogó que se alejara de ellos, pues tenían gran temor. Entró, pues, Jesús en la barca y se fue.
El hombre de quien habían salido los demonios le rogaba que lo dejara quedarse con él, pero Jesús lo despidió, diciendo:
—Vuélvete a tu casa y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo.

Él, entonces, se fue, publicando por toda la ciudad cuán grandes cosas había hecho Jesús con él.

Cuando volvió Jesús, lo recibió la multitud con gozo, pues todos lo esperaban.
Entonces llegó un hombre llamado Jairo, que era un alto dignatario de la sinagoga; postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que entrara en su casa,
porque tenía una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo.

Y mientras iba, la multitud lo oprimía.

Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía y por ninguno había podido ser curada,
se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto. Al instante se detuvo el flujo de su sangre.
Entonces Jesús dijo:

—¿Quién es el que me ha tocado?

Todos lo negaban, y dijo Pedro y los que con él estaban:

—Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y preguntas: “¿Quién es el que me ha tocado?”

Pero Jesús dijo:

—Alguien me ha tocado, porque yo he sentido que ha salido poder de mí.

Entonces, cuando la mujer vio que había sido descubierta, vino temblando y, postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa lo había tocado y cómo al instante había sido sanada.
Él le dijo:

—Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz.

Estaba hablando aún, cuando vino uno de casa del alto dignatario de la sinagoga a decirle:

—Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro.

Oyéndolo Jesús, le respondió:

—No temas; cree solamente y será salva.

Entrando en la casa, no dejó entrar a nadie consigo, sino a Pedro, a Jacobo, a Juan y al padre y a la madre de la niña.
Todos lloraban y hacían lamentación por ella. Pero él dijo:

—No lloréis; no está muerta, sino que duerme.

Y se burlaban de él, porque sabían que estaba muerta.
Pero él, tomándola de la mano, clamó diciendo:

—¡Muchacha, levántate!

Entonces su espíritu volvió, e inmediatamente se levantó; y él mandó que se le diera de comer.
Sus padres estaban atónitos; pero Jesús les mandó que a nadie dijeran lo que había sucedido.

Después de estas cosas, el Señor designó también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir.
Y les dijo:

«La mies a la verdad es mucha, pero los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.

Id; yo os envío como corderos en medio de lobos.
No llevéis bolsa ni alforja ni calzado; y a nadie saludéis por el camino.
En cualquier casa donde entréis, primeramente decid: “Paz sea a esta casa.”
Si hay allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá a vosotros.
Quedaos en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den, porque el obrero es digno de su salario. No os paséis de casa en casa.
En cualquier ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan delante
y sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: “Se ha acercado a vosotros el reino de Dios.”
Pero en cualquier ciudad donde entréis y no os reciban, salid por sus calles y decid:
“¡Aun el polvo de vuestra ciudad, que se ha pegado a nuestros pies, lo sacudimos contra vosotros! Pero sabed que el reino de Dios se ha acercado a vosotros.”
Os digo que en aquel día será más tolerable el castigo para Sodoma que para aquella ciudad.
»¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! que si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que, sentadas en ceniza y con vestidos ásperos, se habrían arrepentido.
Por tanto, en el juicio será más tolerable el castigo para Tiro y Sidón que para vosotras.
Y tú, Capernaúm, que hasta los cielos eres levantada, hasta el Hades serás abatida.
»El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió».
Regresaron los setenta con gozo, diciendo:

—¡Señor, hasta los demonios se nos sujetan en tu nombre!

Les dijo:

—Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.

Os doy potestad de pisotear serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.
Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.
En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó.
»Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.»
Y volviéndose a los discípulos, les dijo aparte:

—Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis,

pues os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.
Un intérprete de la Ley se levantó y dijo, para probarlo:

—Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?

Él le dijo:

—¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?

Aquél, respondiendo, dijo:

—Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.

Le dijo:

—Bien has respondido; haz esto y vivirás.

Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús:

—¿Y quién es mi prójimo?

Respondiendo Jesús, dijo:

—Un hombre que descendía de Jerusalén a Jericó cayó en manos de ladrones, los cuales lo despojaron, lo hirieron y se fueron dejándolo medio muerto.

Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y al verlo pasó de largo.
Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, al verlo pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de camino, vino cerca de él y, al verlo, fue movido a misericordia.
Acercándose, vendó sus heridas echándoles aceite y vino, lo puso en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él.
Otro día, al partir, sacó dos denarios, los dio al mesonero y le dijo: “Cuídamelo, y todo lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando regrese.”
¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?
Él dijo:

—El que usó de misericordia con él.

Entonces Jesús le dijo:

—Ve y haz tú lo mismo.

Aconteció que, yendo de camino, entró en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Ésta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra.
Marta, en cambio, se preocupaba con muchos quehaceres y, acercándose, dijo:

—Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.

Respondiendo Jesús, le dijo:

—Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.

Pero sólo una cosa es necesaria, y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.

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