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Глава 20 
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Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo:

—Padre, la hora ha llegado: glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti,

pues le has dado potestad sobre toda carne para que dé vida eterna a todos los que le diste.
Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.
»Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciera.
Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo existiera.
»He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra.
Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado proceden de ti,
porque las palabras que me diste les he dado; y ellos las recibieron y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste.
»Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque tuyos son,
y todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos.
»Ya no estoy en el mundo; pero estos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros.
Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliera.
»Pero ahora vuelvo a ti, y hablo esto en el mundo para que tengan mi gozo completo en sí mismos.
Yo les he dado tu palabra, y el mundo los odió porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.
No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad.
Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.
Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.
»Pero no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos,
para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno.
Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.
»Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo esté, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado, pues me has amado desde antes de la fundación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste.
Les he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado esté en ellos y yo en ellos.
El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro, y vio quitada la piedra del sepulcro.
Entonces corrió y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel a quien amaba Jesús, y les dijo:

—Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro.
Y, asomándose, vio los lienzos puestos allí, pero no entró.
Luego llegó Simón Pedro tras él, entró en el sepulcro y vio los lienzos puestos allí,
y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte.
Entonces entró también el otro discípulo que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó,
pues aún no habían entendido la Escritura: que era necesario que él resucitara de los muertos.
Y volvieron los discípulos a los suyos.
Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro,
y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto.
Y le dijeron:

—Mujer, ¿por qué lloras?

Les dijo:

—Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.

Dicho esto, se volvió y vio a Jesús que estaba allí; pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dijo:

—Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?

Ella, pensando que era el jardinero, le dijo:

—Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo llevaré.

Jesús le dijo:

—¡María!

Volviéndose ella, le dijo:

—¡Raboni! —que significa: «Maestro».

Jesús le dijo:

—¡Suéltame!, porque aún no he subido a mi Padre; pero ve a mis hermanos y diles: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.”

Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos la noticia de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas.
Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, llegó Jesús y, puesto en medio, les dijo:

—¡Paz a vosotros!

Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor.
Entonces Jesús les dijo otra vez:

—¡Paz a vosotros! Como me envió el Padre, así también yo os envío.

Y al decir esto, sopló y les dijo:

—Recibid el Espíritu Santo.

A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retengáis, les serán retenidos.
Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús se presentó.
Le dijeron, pues, los otros discípulos:

—¡Hemos visto al Señor!

Él les dijo:

—Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré.

Ocho días después estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, se puso en medio y les dijo:

—¡Paz a vosotros!

Luego dijo a Tomás:

—Pon aquí tu dedo y mira mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

Entonces Tomás respondió y le dijo:

—¡Señor mío y Dios mío!

Jesús le dijo:

—Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron y creyeron.

Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro.
Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

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