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Глава 10 
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Глава 17 
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Cuando llegó el día de Pentecostés estaban todos unánimes juntos.
De repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban;
y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.
Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablaran.
Vivían entonces en Jerusalén judíos piadosos, de todas las naciones bajo el cielo.
Al oír este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua.
Estaban atónitos y admirados, diciendo:

—Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan?

¿Cómo, pues, los oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?
Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto y Asia,
Frigia y Panfilia, Egipto y las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos,
cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.
Estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros:

—¿Qué quiere decir esto?

Pero otros, burlándose, decían:

—Están borrachos.

Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: «Judíos y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras,
pues estos no están borrachos, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día.
Pero esto es lo dicho por el profeta Joel:

»“En los postreros días —dice Dios—,
derramaré de mi Espíritu sobre toda carne,
y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán;
vuestros jóvenes verán visiones
y vuestros ancianos soñarán sueños;
y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas, en aquellos días
derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.
Y daré prodigios arriba en el cielo
y señales abajo en la tierra,
sangre, fuego y vapor de humo;
el sol se convertirá en tinieblas
y la luna en sangre,
antes que venga el día del Señor,
grande y glorioso.
Y todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo”.
»Israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis;
a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándolo.
Y Dios lo levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuera retenido por ella,
pues David dice de él:

»“Veía al Señor siempre delante de mí;
porque está a mi diestra, no seré conmovido.

Por lo cual mi corazón se alegró y se gozó mi lengua,
y aun mi carne descansará en esperanza,
porque no dejarás mi alma en el Hades
ni permitirás que tu Santo vea corrupción.
Me hiciste conocer los caminos de la vida;
me llenarás de gozo con tu presencia.”
»Hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy.
Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia en cuanto a la carne levantaría al Cristo para que se sentara en su trono,
viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades ni su carne vio corrupción.
A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
Así que, exaltado por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.
David no subió a los cielos, pero él mismo dice:

»“Dijo el Señor a mi Señor:
‘Siéntate a mi diestra

hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.’”
»Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha hecho Señor y Cristo.»
Al oír esto, se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles:

—Hermanos, ¿qué haremos?

Pedro les dijo:

—Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo,

porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llame.
Y con otras muchas palabras testificaba y los exhortaba, diciendo:

—Sed salvos de esta perversa generación.

Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados, y se añadieron aquel día como tres mil personas.
Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.
Sobrevino temor a toda persona, y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles.
Todos los que habían creído estaban juntos y tenían en común todas las cosas:
vendían sus propiedades y sus bienes y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno.
Perseveraban unánimes cada día en el Templo, y partiendo el pan en las casas comían juntos con alegría y sencillez de corazón,
alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.
Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada «la Italiana»,
piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo y oraba siempre a Dios.
Éste vio claramente en una visión, como a la hora novena del día, que un ángel de Dios entraba donde él estaba y le decía:

—¡Cornelio!

Él, mirándolo fijamente, y atemorizado, dijo:

—¿Qué es, Señor?

Le dijo:

—Tus oraciones y tus limosnas han subido para memoria delante de Dios.

Envía, pues, ahora hombres a Jope y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro.
Éste se hospeda en casa de cierto Simón, un curtidor que tiene su casa junto al mar; él te dirá lo que es necesario que hagas.
Cuando se marchó el ángel que hablaba con Cornelio, éste llamó a dos de sus criados y a un devoto soldado de los que lo asistían,
a los cuales envió a Jope, después de habérselo contado todo.
Al día siguiente, mientras ellos iban por el camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea para orar, cerca de la hora sexta.
Sintió mucha hambre y quiso comer; pero mientras le preparaban algo le sobrevino un éxtasis:
Vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a un gran lienzo, que atado de las cuatro puntas era bajado a la tierra,
en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres, reptiles y aves del cielo.
Y le vino una voz:

—Levántate, Pedro, mata y come.

Entonces Pedro dijo:

—Señor, no; porque ninguna cosa común o impura he comido jamás.

Volvió la voz a él la segunda vez:

—Lo que Dios limpió, no lo llames tú común.

Esto ocurrió tres veces; y aquel lienzo volvió a ser recogido en el cielo.
Mientras Pedro estaba perplejo dentro de sí sobre lo que significaría la visión que había visto, los hombres que habían sido enviados por Cornelio, habiendo preguntado por la casa de Simón, llegaron a la puerta.
Llamaron y preguntaron si allí se hospedaba un tal Simón que tenía por sobrenombre Pedro.
Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: «Tres hombres te buscan.
Levántate, pues, desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado».
Entonces Pedro, descendiendo a donde estaban los hombres que fueron enviados por Cornelio, les dijo:

—Yo soy el que buscáis. ¿Cuál es la causa de vuestra venida?

Ellos dijeron:

—Cornelio el centurión, varón justo y temeroso de Dios, y que tiene buen testimonio en toda la nación de los judíos, ha recibido instrucciones de un santo ángel, de hacerte venir a su casa para oír tus palabras.

Entonces, haciéndolos entrar, los hospedó. Y al día siguiente, levantándose, se fue con ellos; y lo acompañaron algunos de los hermanos de Jope.
Al otro día entraron en Cesarea. Cornelio los estaba esperando, habiendo convocado a sus parientes y amigos más íntimos.
Cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirlo y, postrándose a sus pies, lo adoró.
Pero Pedro lo levantó, diciendo:

—Levántate, pues yo mismo también soy un hombre.

Hablando con él, entró y halló a muchos que se habían reunido.
Y les dijo:

—Vosotros sabéis cuán abominable es para un judío juntarse o acercarse a un extranjero, pero a mí me ha mostrado Dios que a nadie llame común o impuro.

Por eso, al ser llamado, vine sin replicar. Así que pregunto: ¿Por qué causa me habéis hecho venir?
Entonces Cornelio dijo:

—Hace cuatro días que a esta hora yo estaba en ayunas; y a la hora novena, mientras oraba en mi casa, vi que se puso delante de mí un varón con vestido resplandeciente,

y me dijo: “Cornelio, tu oración ha sido oída, y tus limosnas han sido recordadas delante de Dios.
Envía, pues, a Jope y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro, el cual se hospeda en casa de Simón, un curtidor, junto al mar; cuando llegue, él te hablará.”
Así que luego envié por ti, y tú has hecho bien en venir. Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado.
Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo:

—En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas,

sino que en toda nación se agrada del que lo teme y hace justicia.
Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos.
Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan:
cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús, a quien mataron colgándolo en un madero, hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén.
A éste levantó Dios al tercer día e hizo que apareciera,
no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos.
Y nos mandó que predicáramos al pueblo y testificáramos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos.
De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él crean recibirán perdón de pecados por su nombre.
Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso.
Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramara el don del Espíritu Santo,
porque los oían que hablaban en lenguas y que glorificaban a Dios.
Entonces respondió Pedro:

—¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?

Y mandó bautizarlos en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaron que se quedara por algunos días.
Pasando por Anfípolis y Apolonia llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga de los judíos.
Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres sábados discutió con ellos,
declarando y exponiendo por medio de las Escrituras que era necesario que el Cristo padeciera y resucitara de los muertos. Y decía: «Jesús, a quien yo os anuncio, es el Cristo.»
Algunos de ellos creyeron y se juntaron con Pablo y con Silas; asimismo un gran número de griegos piadosos, y mujeres nobles no pocas.
Celosos, entonces, los judíos que no creían, tomaron consigo algunos ociosos, hombres malos, con los que juntaron una turba y alborotaron la ciudad. Asaltaron la casa de Jasón, e intentaban sacarlos al pueblo,
pero como no los hallaron, trajeron a Jasón y a algunos hermanos ante las autoridades de la ciudad, gritando: «Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá,
y Jasón los ha recibido. Todos ellos contravienen los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús.»
Al oír esto, el pueblo y las autoridades de la ciudad se alborotaron.
Pero después de obtener fianza de Jasón y de los demás, los soltaron.
Inmediatamente, los hermanos enviaron de noche a Pablo y a Silas hasta Berea. En cuanto llegaron, entraron en la sinagoga de los judíos.
Estos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.
Muchos de ellos creyeron, y de los griegos, mujeres distinguidas y no pocos hombres.
Cuando los judíos de Tesalónica supieron que también en Berea era anunciada la palabra de Dios por Pablo, fueron allá y también alborotaron a las multitudes.
Entonces los hermanos hicieron que Pablo saliera inmediatamente en dirección al mar; pero Silas y Timoteo se quedaron allí.
Los que se habían encargado de conducir a Pablo lo llevaron a Atenas; y habiendo recibido el encargo de que Silas y Timoteo vinieran a él lo más pronto posible, salieron.
Mientras Pablo los esperaba en Atenas, su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría.
Así que discutía en la sinagoga con los judíos y piadosos, y en la plaza cada día con los que concurrían.
Algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos discutían con él. Unos decían:

—¿Qué querrá decir este palabrero?

Y otros:

—Parece que es predicador de nuevos dioses.

Esto decían porque les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección.

Lo tomaron y lo trajeron al Areópago, diciendo:

—¿Podremos saber qué es esta nueva enseñanza de que hablas?,

pues traes a nuestros oídos cosas extrañas. Queremos, pues, saber qué quiere decir esto.
(Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo.)
Entonces Pablo, puesto en pie en medio del Areópago, dijo:

—Atenienses, en todo observo que sois muy religiosos,

porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: “Al dios no conocido”. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerlo, es a quien yo os anuncio.
»El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas
ni es honrado por manos de hombres, como si necesitara de algo, pues él es quien da a todos vida, aliento y todas las cosas.
»De una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos y los límites de su habitación,
para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarlo, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros,
porque en él vivimos, nos movemos y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: “Porque linaje suyo somos.”
Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres.
Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan;
por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, acreditándolo ante todos al haberlo levantado de los muertos.
Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban y otros decían: «Ya te oiremos acerca de esto otra vez.»
Entonces Pablo salió de en medio de ellos.
Pero algunos de los que se le habían juntado, creyeron; entre ellos, Dionisio el areopagita y una mujer llamada Dámaris, y otros con ellos.
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